9 nov 2007

Carta al exterior I

Volví a experimentar aquella sensación extraña de rabia, tristeza y alegría, todo junto, todo mezclado, todo confuso. Debo admitir que nunca me sentí bien conmigo misma, pero en fin, siempre encontraba una buena excusa para los que osaban tildarme de intelectual, aburrida, amargada y- aunque ni yo misma me convenciera- sonreía al ver la cara de aceptación que el grupo daba al oir mis perfectamente elaboradas respuestas. Y siempre fue así todo, Indira, jugar el papel de formal, respetuosa, tu bien sabes que eso me dio buenos resultados, aunque en la noche la pregunta de ¿qué hubiera pasado si...? siempre humedecía mis ojos sobre las sábanas. No era extraño encontrarme en las madrugadas tomando el techo blanco de mi habitación como escenario, imaginando (como en esa obra de teatro que vimos, ¿recuerdas?) etapas de mi vida siendo yo... pero al notar que me convertía en una de esas personas a las que calificaba como "desequilibradas" me cansaba de culparme e inmediatamente dormía, tal vez para truncar a los pensamientos que venían rápidos a aumentar más piezas del rompecabezas que pasé más de diez años tratando de armar, pero que al no poder encajar nada, dejaba sobre la mesa.

1 nov 2007

Dos

Se vieron otra vez el domingo pasado. Tus ojos brillosos y el cabello bien arreglado -con ese atuendo que habías preparado con semanas de anticipación- te hacía ver como una de las princesas de los cuentos que leíamos cuando niñas, estabas lista para aquel encuentro que había sucedido tantas veces mientras dormías, y que ahora por fin lo podías hacer realidad. Calculadora y perfeccionista, como siempre, esperabas que todo saliera como querías, esperabas matarlo con la mirada, dejarlo atónito y con ganas de no separarse de ti jamás. No imaginaste que, por primera vez, nada saldría como esperabas... tú princesa de cuentos e hija de Venus, estabas a punto de experimentar la desazón que deja ver tu plan perfecto hecho pedazos.

Llegaste y con tu mirada sobre los hombros saludabas delicadamente a todos, mientras tanto, y con un disimulo del que sólo tú eres dueña, lo buscabas por entre la multitud. Después de treinta dolorosos minutos lo hallaste por fin, muy al fondo, siendo él mismo, con su pose de intelectual y despistado que adorabas tanto, pero que jamás hacías notar, obviamente. Caminaste hacia él abriendo paso con tus manos, y paseaste tu figura delante de sus ojos, como buscando algo, dándole la señal de "estoy aquí", luego te sentaste y esperaste a que se te acercara. No te dió resultado, querida, él ni se inmutó... te enoja mucho que haga eso, ¿verdad? Tu esperabas su mirada examinadora sobre tí, su intento de sonrisa y sus palabras que se trataban en un intento desesperado de impresionarte con su vocabulario... nada de eso se dio, princesa. A cambio recibiste nada, y te dolió, porque frunciste más el ceño, porque tus ojos se llenaban de lágrimas, que limpiabas para impedir que se paseen por tus rosadas mejillas, y porque te pusiste de pie y te acercaste hasta donde él estaba, rodeado de más muchachas, amigas tuyas, y al escuchar su voz pausada tu frágil cuerpo se estremeció.