16 jul 2007

Uno

Puedo ver el odio en tus ojos, aún cuando los mantienes tercamente cerrados, esas invisibles lágrimas de dolor te delatan y te hacen ver sumisa, rendida pero con el ceño aún fruncido. Lamentablemente siempre fuiste así, te costaba renunciar a tu condición de diosa y aceptar que -a pesar de esos rizos cafés y esas facciones tan perfectas- eras un ser humano, como yo, como Pablo, como todos. ¿Cuándo será que tu frente se muestre lisa y sin esas arrugas que formas al querer demostrar tu grandeza?
Ahora, ahora miras al suelo porque tu sortija acaba de caer, tienes miedo de que sufra algún rayón o que se deforme, ¿cierto? tienes miedo porque sabes que eso demostraría que no es de oro puro como te esmeras en hacer creer a todos; tienes miedo también porque no quieres sufrir lo que esa golpeada sortija. ¿Viste qué rápido cayó? ni cuentas te diste, un leve movimiento de manos (que aprovechaste para secar tus lágrimas) bastó para que huya de ti y se encuentre con el piso. ¿No quieres hacer tu lo mismo? ¡Claro que sí! y hace mucho, desde aquella primera vez que Pablo te vio llorar y echaste a correr, desde aquella primera vez que demostraste que también sientes... desde que murió tu Leonel.