"El amor siendo humano, tiene algo de divino... amar no es un delito porque hasta Dios amó"
24 oct 2007
15 oct 2007
11.01
Veo caer -por mi ventana empañada- algunas lágrimas de musas.
Recuerdo uno de los tantos días de mi infancia feliz, era una tarde invernal, sentada en la alfombra, con seis años, agarrando mis rodillas y examinando la profundidad de cada arruga que adornaba la dorada piel de mi abuelo, mientras él penetraba sus gruesas gafas con aquella mirada, que iba directamente hacia mí, y que yo, al no poder soportar sus pequeños ojos cafés, la esquivaba. Recuerdo tanto su olor a madera que podía sentir cada vez que nos sentábamos cerca de la ventana y me abrazaba con esos fuertes y gastados brazos, recuerdo sus susurros en días como éste, diciéndome casi en silencio que contemple el cielo y lo trate de alcanzar, poniendo en seguida sus manos sobre mis ojos y pidiendo que me imagine en el cielo, con las musas contemplándome desde las nubes e invitándome a subir porque se sentían solas. Al abrir los ojos le decía a mi abuelo que no podía llegar, que ellas estaban volando muy alto y yo me sentía tan pequeña. Él sonreía, decía que por eso lloraban, porque todos se rendían poco antes de llegar.
Tiempo después, mi abuelo, en su cama y con mucha gente alrededor, me llamó y me dijo: las veo, las veo tan cerca, y están felices de verme llegar. Vuela, hija, nunca dejes de volar, no importa cuán largo sea el camino. Tomó mi mano y cerró los ojos para siempre.
Ese viernes invernal, el cielo oscureció pero no llovió.
Recuerdo uno de los tantos días de mi infancia feliz, era una tarde invernal, sentada en la alfombra, con seis años, agarrando mis rodillas y examinando la profundidad de cada arruga que adornaba la dorada piel de mi abuelo, mientras él penetraba sus gruesas gafas con aquella mirada, que iba directamente hacia mí, y que yo, al no poder soportar sus pequeños ojos cafés, la esquivaba. Recuerdo tanto su olor a madera que podía sentir cada vez que nos sentábamos cerca de la ventana y me abrazaba con esos fuertes y gastados brazos, recuerdo sus susurros en días como éste, diciéndome casi en silencio que contemple el cielo y lo trate de alcanzar, poniendo en seguida sus manos sobre mis ojos y pidiendo que me imagine en el cielo, con las musas contemplándome desde las nubes e invitándome a subir porque se sentían solas. Al abrir los ojos le decía a mi abuelo que no podía llegar, que ellas estaban volando muy alto y yo me sentía tan pequeña. Él sonreía, decía que por eso lloraban, porque todos se rendían poco antes de llegar.
Tiempo después, mi abuelo, en su cama y con mucha gente alrededor, me llamó y me dijo: las veo, las veo tan cerca, y están felices de verme llegar. Vuela, hija, nunca dejes de volar, no importa cuán largo sea el camino. Tomó mi mano y cerró los ojos para siempre.
Ese viernes invernal, el cielo oscureció pero no llovió.
Cold hands, warm heart
A veces, en días soleados y noches frías como ésta, quiero poder retroceder el tiempo. Nadar desde la superficie en donde estoy, hasta la orilla y caminar, caminar hasta llegar al punto en el que toda esta mentira y antifaces sobre mi rostro comenzaron a aparecer. Siento la necesidad de redescubrirme y hallar quien en verdad soy, mis verdaderas actitudes... quiero dejar de lado la ficción y comenzar a vivir la realidad. Cuando volteo y miro las imágenes en el camino, siento que no fui feliz, que el YO que encarnaba en ese momento tal vez lo fue, pero la verdadera persona, no. Y me arrepiento tanto de haber vivido sin vivir, de haber actuado sin obrar, de haber sido sin ser en realidad. Imposible ignorar la pregunta que rebota en mi cabeza, aquella a la que ya no puedo dejar de escuchar, aquella que exclama ¿qué hubiese pasado si en realidad en tu vida hubieras sido tu, y no lo que querían que fueras?
A veces, en días soleados y noches frías como ésta siento tanto temor de la soledad en la que estoy, que desearía poder retroceder el tiempo...
A veces, en días soleados y noches frías como ésta siento tanto temor de la soledad en la que estoy, que desearía poder retroceder el tiempo...
11 oct 2007
Corriendo lento
A veces la situación se torna insoportable, las ganas de correr sin parar y sin un rumbo fijo son cada vez más difíciles de combatir. Y sé que todo está en mis manos, pero a veces éstas se adormecen y me veo de pie ante una ciudad en la que todos corren sin ver a su alrededor... y, obviamente, me quiero unir. Pero sé que no puedo, que si quiero volver a mi pequeño mundo anterior, en el que nadie influía -sólo mis yos, vale decir, amigos, música, libros, y claro está YO- debo seguir con este intento de vida adulta, esta especie extraña de formación, golpes y caídas a los que me voy acostumbrando... pero de los que no quiero formar parte...
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