Tenía las rodillas raspadas, las alas heridas y el corazón roto. Intentaba desesperadamente ponerme de pie, pero mis piernas cansadas de tanto escalar no sostenían mi peso ni un segundo más. Decidí, pues, hacer un esfuerzo sobrehumano y pedir ayuda. Pronuncié mil nombres con mi voz agrietada, nombres que se supone debía recordar en ocasiones como esta...pero a cambio recibí angustiosos silencios.
Fue entonces que decidí callar.